Hace exactamente 362 días hacía un calor similar al de hoy en Sevilla, que parece recubierta de un techo de uralita gigante cuando se asoma el verano. El Baloncesto Sevilla, ‘er Caja’ de toda la vida, se moría bajo su uralita particular en San Pablo, derretida su incipiente historia por el inclemente ‘lorenzo’ de la indiferencia general. No botaban balones en el templo del básket hispalense que incitaran los ecos de noches gloriosas, de tardes de infarto. Sólo un milagro podía salvaguardar la vida del equipo de baloncesto de Sevilla; el de Terry White, el de Raúl Pérez, el de André Turner, el de Porzingis…
El milagro no se produjo, pero casi. El propietario auspició una ‘bola extra’ mientras se exprimía la sensibilidad de todos los sectores sociales en torno a la necesidad de un club con casi treinta años de historia. Pasaron los meses, rebrotaron los sueños, pero la solución no llegó y la bocina se apresta a sonar. 362 días después, los chipirones siguen prefiriendo cualquier plancha al cemento de la capital hispalense. El entierro del demonio seguramente se produzca en un sitio más fresquito. Ha pasado un año y ‘er Caja’ se sigue muriendo, de pena y de calor.
Con él se morirían muchas cosas, todas las que ha encerrado durante tres décadas esta singular entidad. Esto que ahora agoniza se llevaría por delante el recuerdo gozoso de malabaristas americanos, de jóvenes estrellas amamantadas en la avenida de Kansas City, de estrategas serbios, de triples imposibles, de rozar el firmamento de los títulos, de la magia; pero también la huella de infinidad de personas que alguna vez formaron parte de esta familia. Sin ‘er Caja’, me pregunto qué sería de la Satur, de Espínola, de la Pepi, de Jerónimo…
Muchos sueños de niños caerían igualmente al precipicio que ahora amenaza debajo de la canasta. Mucho trabajo, mucho deporte, muchas horas se desmoronarían a la par que un sentimiento, el que comparten los miles de aficionados que alguna vez pegaron un respingo en las gradas de San Pablo.
362 días después, ‘er Caja’ está en la UVI…pero de verdad, no como en el vídeo. El cuento del pastorcito y el lobo nos muestra su razón de ser. Aunque haya costado creérselo, algún día llega eso que nunca creímos que llegaría. Sólo un triple a una mano desde el medio de la cancha en el último segundo puede salvar la institución. San Pablo, salta al parqué y ruega por nosotros.
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