Proclamaba cinematográficamente el italiano Roberto Benigni que la vida es bella y uno acababa la película dándole la razón al hombre, mediando, eso sí, tres paquetes de ‘kleenes’ y un pellizco en el corazón de una duración aproximada de dos horas. Los ‘sijodeputas’ de los nazis, la carita y el ingenio del protagonista (con sus pelos), el niño, las cruentas vicisitudes de los judíos, el horror humano, la musiquita…pero sí, qué coño, la vida es bella.
Con el fútbol pasa tres cuartos que con la vida: que, purgándole la mierda, es bello, el muy cabrón. A la manera de la película, si te llevas un tiempo prudencial observándolo, te hincharás de ver podredumbre y mentira, pero al final la deliciosa musiquita de los goles y las genialidades sobre el verde césped, y alguna que otra historia entrañable te acaban haciendo hocicar.
El fútbol es bello. O así me lo parece a mí cuando reparo en la extraordinaria epopeya del Leicester inglés, próximo campeón de la Premier League si una tragedia futbolística no lo impide de aquí a tres partidos que restan. El modesto club de la ciudad británica del mismo nombre sólo necesita tres puntos para lograr su primer título liguero; bueno, liguero y de cualquier tipo que no sea el ‘Pepe Paredes’ de allí (‘Joe Walls’, para los no iniciados).
Eso, en sí, está de lujo. Lo acojonante es que ascendió a la Primera inglesa hace dos años después de diez vagando por carreteras secundarias y la pasada campaña se salvó del descenso de milagro. Ese equipo, representativo de una población de trescientas mil personas y con un estadio en el que caben treinta y poco mil, está a punto de mostrar con reverencia el miembro a toda la ‘pérfida albión’ balompédica.
Conocido popularmente como ‘The Foxes’ (Los Zorros), lo va a hacer de la mano técnica de un simpático señor italiano a medio camino entre un policía veterano harto ya de coles y el clásico personaje de las películas de Jaimito; bajo la dirección ejecutiva de una tal Susan Whelan, rubia veterana ella pero con pinta de tener las ideas claras y cojones como un burro; y espoleado por los goles de otro tal Vardy, temperamental delantero de 28 años que hace tres trabajaba diez horas diarias en una fábrica antes de entrenar y se peleaba con su sombra en los ratos libres.
A buen seguro muchas personas más habrán contribuido a escribir las páginas de esta especie de ‘Qué bello es vivir’ con balón. No obstante, el indiscutible protagonista es el venerable Claudio Ranieri, a quien el fútbol le está dando el justo premio a una destacable y dilatada trayectoria en los banquillos de las tres ligas más importantes de Europa.
Histriónico hasta la comicidad, el entrenador del Leicester ha convencido a un discreto plantel de que el sueño era posible. A base de pizzas por partido ganado, ha logrado subvertir el orden establecido, demostrando que el buen trabajo acaba dando los mejores frutos, aunque sea ya cuando tus nietos te recuerdan lo cargante que eres con las batallitas.
Para abrochar el cuento, se cuela el alcalde de Leicester anunciando que como el equipo gane el título le coloca a una serie de calles de la ciudad los nombres de los jugadores y técnicos. Así que a partir de junio, si las promesas del político no se las lleva el viento, en Leicester, conforme se entra, te encontrarás con la calle Claudio Ranieri, cuya primera bocacalle hará esquina con Jamie Vardy…¿no es endemoniadamente bello?
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