La cotidianidad pone a nuestra disposición un variado muestrario de seres humanos que tienen la habilidad de generar antipatía en la mayor parte de sus congéneres; familiares y los tres amigos aparte (o incluidos). Todos tenemos en el trabajo, en el barrio, en el bar donde desayunamos, en el grupo con el que compartimos aficiones, algún ejemplo de ese perfil cuya antipatía alcanza el consenso de los de al lado y alrededores. Quién sabe si lo tenemos delante del espejo…
Los ha habido toda la vida, pero me temo que el materialismo, la estulticia y alguna otra enfermedad más de la sociedad moderna han propiciado un repunte. Obviamente, cuanto más alto estén en la escala de popularidad y riqueza (por ese orden) más facilidad adquieren para desarrollar su talento, la ‘desagradabilidad’, apuntillado por una superioridad que invita al de enfrente a replantearse su educación.
Me refiero a lo que por aquí por el norte de África muchos conocemos como un ‘esaborío’ (desaborido para los enemigos del dialecto andaluz) y la mayoría, como el clásico ‘carajote’. Los hay remilgados; los hay cretinos; los hay vaciletas; los hay fantasmas…y luego está Luis Enrique, el entrenador del FC Barcelona, un señor que cada día nos recuerda lo agradecido que debiera estarle el mundo por su mera existencia.
En absoluto contraste con el buen rollo que parece destilar el vestuario del FC Barcelona y la magia que envuelve su juego, este señor es una especie de cruce entre el Pitufo Gruñón y el chulito del barrio al que, por lo visto, no hay cosa que le moleste más en este mundo que un periodista. Me pongo en el pellejo de cualquiera de los que acuden semanalmente a sus ruedas de prensa y se me corta el cuerpo.
Debe de ser de esos típicos momentos, tanto más abundantes cuanto más se ha ido corrompiendo la profesión periodística, en que necesitas que alguien te responda de manera inmediata y mínimamente convincente a una serie de preguntas; a saber: ¿para qué coño estudié equis años de Periodismo o la carrera que sea? ¿Merecieron la pena los duros e ingenuos días del becariado y fórmulas homólogas? ¿De qué sirve molestarte en una formación y en cultivar una brizna de ética?
No hay respuestas. Estudias, te lo curras, aprendes, preguntas con educación y cada día un señor te vacila, se ríe de ti, intenta dejarte en ridículo y te escupe verbalmente. ¿Quién? ¿un premio Nobel de Medicina o el Padre Coraje? Qué va, Luis Enrique, bastante buen jugador de fútbol; de momento, decente entrenador del mismo deporte; y triatleta. Nada más.
Desconozco qué razones pueden alimentar el odio que le tiene al periodismo. Las habrá y seguramente alguna esté fundamentada, que también en mi profesión los hay de su perfil. Y sería injusto no aplicarle la atenuante de la guantá que le dio Tasotti, que eso por fuerza tiene que dejar secuelas... De ahí a plantarse todos los días ante los medios con la cara de termo y perdonándole la vida a todo dios hay un trecho injustificado que alguna incidencia tendrá en la imagen del club al que representa.
Y, como no soy para nada ventajista, que conste que en la publicación de este artículo no han tenido que ver para nada el traspié del clásico ante el Real Madrid ni el repaso de 35 minutos que el otro día le dio el Atlético del Cholo ni la derrota del pasado sábado en Anoeta. Para nada, para nada...
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