Creer. Sobrevivir. Superarse. Amar. No desesperar. Y sentir para torear. Sentir para que se emocione, con los ojos empañados y los vellos de punta, este que les escribe. Y no es fácil. Porque Diego Urdiales ha hecho el toreo en Bilbao. Si al tercero le pudo con mando, mano baja y con torería para cortarle una oreja, en el último ha dejado sin palabras al personal y lo ha desorejado. Pero más allá de las orejas, el riojano ha cuajado una sensacional tarde. Qué difícil es explicar lo visto en Bilbao. No busquen más que no hay. No existe torero en el escalafón que interprete el toreo así. ¡Cómo han sido los naturales! Ralentizando la embestida, cargando la suerte y acariciando al gran sexto de Alcurrucén. Una obra de arte, como la de un pintor inspirado rematando un cuadro, como la mecida de un palio en Sevilla, como un paseo templado por el barrio Santa Cruz. Como una persona con el corazón encogido cuando ve al Señor caminar por las calles de Sevilla. Sus muletazos han sido tan cadenciosos que han ido al ritmo de una puesta de sol. Cuando un torero pone el pecho, mete los riñones, no esconde la pierna, usa la cintura y la muñeca para alargar la embestida sin volcar la figura, la gente reacciona porque ve torería, ve algo que no es un pegapases más. Ve el toreo eterno. El toreo clásico que nunca pasará de moda. El toreo de creer en ti mismo aunque te maltraten las empresas. Una forma de vida. Continúo temblando al escribir, teniendo que corregir casi todas las palabras, muy nervioso. Acabo de llamar a un amigo de Bilbao y me han confirmado que no he estado soñando, Urdiales ha recitado un pregón con la muleta en Bilbao. Sigo soñando en la realidad. Será difícil dormir.
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