Hace 25 años, un cuarto de siglo, algunos festejábamos haber aprobado una selectividad que ha pasado a mejor vida. No era una meta muy complicada, pero esa facilidad aparente de habernos convertido en universitarios no nos iba a impedir ser felices, aunque fuera por un día. Hace 25 años, cuando por las calles de la capital hispalense te pedían firmar para la independencia de Lituania, el Real Betis Balompié confeccionaba una plantilla que le permitiera volver a Primera división. En ella estaba nuestro petardo de la semana: Miguel Ángel García Domínguez.
Lebrijano de nacimiento, había sido un defensa más que digno en las filas del RCD Espanyol. Por eso, con fútbol todavía por delante, el cuadro verdiblanco lo reclutó con 25 años para la causa. Era, como en más de una ocasión hemos comentado en esta singular sección, un futbolista de equipo que por la avenida de la Palmera tendría que rendir medianamente bien. A la hora de la verdad, ni haber logrado un ascenso con los de las trece barras evita que le recordemos como un jugador muy discreto. Un zaguero que en ataque no aportaba casi nada y que en defensa restaba más que daba. Toca tirar de lugares comunes y poner en su real contexto un rendimiento que igual con otros compañeros de esfuerzos diarios hubiera sido bastante mejor.
Con 29 años y con una media de más de 20 partidos oficiales por temporada, buscó un destino más acorde con sus cualidades (el Manchego de Segunda B). Fue su última estación como futbolista en activo después de ganarse un cierto nombre en Sarrià y de perderlo por culpa de la complicada situación deportivo-institucional que vivía el Real Betis en el famoso 92 por culpa de cuestiones que los lectores de este sitio web recordarán con total seguridad.
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